domingo, 14 de septiembre de 2014

Ser feliz a tiempo

El buscador incansable de la felicidad

Cuentan que un hombre oyó decir que la felicidad era un tesoro. A partir de aquel instante comenzó a buscarla.

Primero lo hizo en el placer y lo sensual, luego en el poder y la riqueza, después en la fama y la gloria, y así fue recorriendo el mundo del orgullo, del saber, de los viajes, del trabajo, del ocio y de todo cuanto estaba al alcance de su mano.

En un recodo del camino vio un letrero que decía: “Le quedan dos meses de vida”. Aquel hombre, cansado y desgastado por los sinsabores de la vida se dijo: “Estos dos meses los dedicaré a compartir todo lo que tengo de experiencia, de saber y de vida con las personas que me rodean”.

Y ese buscador infatigable de la felicidad, solo al final de sus días, encontró que el tesoro que tanto había deseado estaba en su interior, en lo que podía compartir, en el tiempo que le dedicaba a los demás, en la renuncia que hacía de sí mismo… Comprendió que para ser feliz se necesita amar, disfrutar de lo pequeño y de lo grande, conocerse a sí mismo, sentirse querido y valorado, pero también querer y valorar, tener razones para vivir y esperar, así como razones para morir y descansar.
Finalmente descubrió que cada edad tiene su propia medida de felicidad y que solo Dios es la fuente suprema de la alegría, por ser Él: amor, bondad, reconciliación, perdón y donación total.


Y en su mente recordó aquella sentencia que dice: “Cuánto gozamos con lo poco que tenemos y cuánto sufrimos por lo mucho que anhelamos”.